Por su condición de territorios insulares, la gran mayoría de castillos de las Islas Canarias surgieron por la necesidad de defender las distintas islas ante la amenaza de posibles ataques marítimos, ya fueran por parte de pueblos invasores o incluso piratas.

Por ello, con alguna excepción puntual, la gran mayoría de castillos conservados en Canarias son de carácter urbano y litoral, pudiendo encontrarse a lo largo del territorio construcciones defensivas en forma de torres, baluartes, fuertes costeros, puestos de vigía e incluso búnkers para el almacenamiento de artillería.

Debido a su particular devenir histórico y a su tardía conquista castellana, los castillos canarios, en comparación a sus homónimos peninsulares, son eminentemente tardíos en cuanto a su cronología se refiere, apareciendo los más antiguos ya en los albores de la decimoquinta centuria y, debido a sus imperiosas necesidades defensivas propias de un territorio ultramarino, continuándose erigiendo fortificaciones a lo largo de los siglos XVI, XVII, XVIII e incluso durante el XIX.

Las primeras edificaciones de Canarias fueron fortificaciones militares que eran muy toscas y elementales. No tienen planta tipo. Poca evolución se vería en las posteriores que siguieron construyéndose, hasta que las incursiones de los piratas fueron menos frecuentes (siglo XVIII). El interés artístico de estas construcciones queda enmarcado, sobre todo, dentro de unas líneas de robustez y de utilidad.

Las características más sobresalientes de estas fortificaciones son:

• Situadas muy cerca del mar. Grosor de las paredes, que presentan la piedra desnuda, calzada con lajas. Torreones para centinelas en esquinas. Campanario para tocar la alarma. Saeteras y almenas en los muros de coronación. Escudos heráldicos en la única puerta de entrada.

En los siglos posteriores se levantan otras fortificaciones, que constantemente sufren deterioros y han de reconstruirse.